¡Esto es el futuro!


¡Esto es el futuro!

 

   Cuello arqueado, mentón besando el pecho y manos pegadas al frío roce del cristal líquido. Esa luz que ahora alumbraba su noche en el bus de retorno a casa, era su nueva acompañante, su amante, su confidente, su informante y su vida. Cuando Ramón no tenía su amado artefacto, sufría por tener que ingresar a las superfluas, triviales y monótonas instancias sociales. Eso era algo primitivo para él. Ramón creía que la comunicación debía evolucionar, y la mejor manera era a través de la tecnología. “Hablar” era un esfuerzo al que sólo los animales podían aspirar. Un día pensaba: “El humano ya no necesita de esta inefable muestra de superioridad. ¡Esto es el futuro!”

            

    En el desayuno, almuerzo, cena y antes de dormir. Siempre estaba ahí presente. No quería saber nada de los rumores, las opiniones y temas de contingencia social. Su mente enfocada plenamente en el placer de tocar su sensual aparato. El sonido de la vibración en las mañanas era motivo de agradecimiento por estar vivo. No necesitaba nada más que su preciada fuente de felicidad.

               

    Su padre un día le reclamó la poca atención que prestaba. Sus calificaciones eran deficientes, su círculo social decrecía y una protuberancia en la parte superior de la espalda era lo único que aumentaba.

 

    Pasaron los años, y su móvil cayó bruscamente contra la acera. Los trozos exhibían el interior poroso y cibernético de su amada. Sus manos temblantes recogían cada resto de lo que algún día él amó. Bajo el tibio día de primavera, sus lágrimas bañaban lo que algún día tuvo vida artificial. Sentado permaneció por horas, ante la supuesta mirada de los que alrededor transitaban. Cuando ya se cansó de observar el ya inservible rectángulo negro de plástico, pudo visualizar su ciudad nuevamente. Sus ojos denotaban lo dilatado de las pupilas, y su boca la sequedad de años sin enunciar palabra alguna. Su cuello sufría del síndrome del post-fellatio, y sus dedos de letargo y decadente digitación. Se levantó en consternación, en absurdo odio. Su cuerpo se sentía frágil, delgado, casi raquítico. La gente era extraña.

 

           Una brisa cálida abrazó su gélido cuerpo. Una energía de proporciones minúsculas lo encaminó hacia un local ubicado junto a un parque. Miró a las vitrinas y se sorprendió al ver a Juanita. Su primer amor, y único. Ahí estaba ella, junto a la ventana del restorán, mirando su cristal líquido, con cuello arqueado, mentón besando el pecho y sus manos… ustedes ya saben. Ramón se le acercó, pero no hubo respuesta por parte de Juanita. La mujer movió su cabeza torpemente hacia arriba por un instante, como tratando de recordar. Cuando su mirada se posó nuevamente en su cristal líquido, escribió. El hombre la observaba con pasión, y a la vez con nostalgia. Su móvil, destruido, vibró en la acera que colindaba con aquel restorán. Ramón salió consternado y confundido del lugar, girando su cabeza en reiteradas ocasiones hacia lo que una vez fue su amada. A pesar de su jorobada espalda, su esfuerzo le sirvió para recoger el teléfono del suelo de cemento. Pudo ver que su pantalla aún funcionaba. Algo se exhibía, un nuevo mensaje de texto, de Juanita.


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