Una mujer de aspecto apático, rostro huesudo y ceño fruncido, miraba a las palomas comer el trigo en la plaza de la ciudad principal de su país. Sobre su regazo  descansaba su bolso de mano, de color mostaza y cierre metálico. Dentro de este los cuadernos y libros escolares aún emanaban el olor de sus alumnos y de las aulas.  Detestaba a los jóvenes y a los niños, desde que Tomas le pateó las piernas cuatro años atrás. Mientras observaba silente el caos de la ciudad, sus lágrimas caían lentamente sobre el suelo.  La gente que pasaba no dejaba de mirarla.

Cuando comenzó su rol de profesora de matemáticas, hace diez años, una sonrisa iluminaba su rostro.  A pesar de no ser linda, su cuerpo era esbelto y eso llamaba la atención de los alumnos. Ahora con 32 años y abandonada por su novio, el físico y la apariencia dejaron de ser importantes.  La vocación nunca existió en el corazón de Rita, al menos de eso se dio cuenta cuando la intimidación provocada por sus estudiantes lograron destruir lo poco de autoestima que quedaba en ella. Cada día se transformó en un total reto y tortura. El odio generó fuerzas en ellas y su modo sumiso y tímido comenzó a cambiar. 

Bastián había sido estudiante de Rita durante tres años, y su amor hacia ella era en secreto. Él siempre hablaba con ella cuando finalizaba su clase. Ya era evidente el sentimiento que había entre ellos. Aunque el joven era menor de edad, Rita se dejó llevar por su falta de cariño y en la sala se besaron. Lucas abrió la puerta del salón y quedó boquiabierto al ver a su profesora con su compañero. El maldito se burló y todos los que pasaban por el pasillo comenzaron a observarlos mientras los insultos salían a flote.  Rita salió corriendo de la sala y a su auto se dirigió. El vaso se había rebalsado, fue la chispa que prendió su  instinto oculto. 

Su bolso ya no era de color mostaza, sino que fucsia. Las palomas ya comían el trigo manchado con la sangre que corría del cuello de Rita. Su sufrimiento había acabado. La policía y paramédicos empezarían a actuar.